Cuentos de cementerios.

El Cementerio de Santa Eulalia del Río Seco.


Santa Eulalia del Río Seco, comenzó siendo un caserío con ínfulas de pueblo, emplazado en un estrecho valle, flanqueado por altas montañas junto a un río rocoso de aguas limpias. Un caserío que con el correr del tiempo llegó a ser definitivamente un pueblo.
Cuando una epidemia se llevó a una buena parte de la población, habiendo quedado pocos y débiles, como para subir las escarpadas laderas hasta el antiguo cementerio, decidieron enterrar a sus muertos en un predio que se encontraba en la otra orilla del río, a la que se accedía a través de un viejo puente de piedra que se jactaba de ser romano.
El pueblo se recuperó y creció, y como resultado de una ecuación inevitable, a la que se le sumaron los pueblos vecinos, cuyos habitantes encontraron más cómodo el valle de Santa Eulalia para dejar a sus muertos, que la cima lejana de un monte, el cementerio también creció.
Nadie sabe a ciencia cierta con quién o cómo se originó la tradición de los monumentos fúnebres, que se volvieron cada vez mas pretenciosos.
Las cruces se convirtieron en estatuas de ángeles dolientes, que dieron paso a grandes piezas escultóricas; las lápidas a bóvedas y éstas a mausoleos.
Y así, el pueblo se hizo famoso por su espectacular cementerio. Llegó el momento en que los humildes campesinos trabajaban sin descanso para así ahorrar el dinero suficiente que les permitiera yacer en su eterno sueño, al modo de los reyes, dejando la vida en ello.
Reconocidos artistas atraídos por esta costumbre arribaron al  poblado, compitiendo entre ellos por esculpir y erigir los mejores y mas regios monumentos.
Esto llamó la atención de los señores de la comarca, quienes se vieron obligados a hacer valer su estatus por sobre el de los campesinos, así que ellos también decidieron levantar allí sus últimas moradas, utilizando los servicios de grandes arquitectos y escultores.
El cementerio creció en la orilla oriental del Río Seco, obligando al pueblo a arrinconarse cada vez más contra la pared de la montaña en la orilla opuesta. Como si quisiera huir de la sombra que proyectaban las imágenes cada vez más gigantescas.
Con el paso de los años, el período de gloria comenzó a declinar.
Finalmente, las personas se dedicaron más a vivir sus vidas que a planificar sus días de muerte, y las nuevas tumbas fueron sencillas, efímeras, y tal vez por ello  libres al no plasmar el dolor de la muerte en la eternidad de una roca.
Y llegaron nuevos tiempos, que trajeron progresos y estos progresos exigieron grandes cambios y sacrificios y el mayor recayó sobre Santa Eulalia del Río Seco.
Una represa en el río inundaría el valle por completo, cambiando así al pueblo y su cementerio por un lago.
Los vecinos que, en un principio se negaron a abandonar sus ancestrales casas, sus calles, sus prados y todo cuanto conocían, terminaron aceptando el nuevo pueblo que para ellos se había levantado en tierras altas, en la cara opuesta de la montaña.
Mudaron todo, la escuela, el ayuntamiento, la iglesia y la parte nueva del cementerio, pero a las grandes tumbas, de enormes monumentos, las dejaron.
Se adaptaron rápido al nuevo lugar, tal vez al principio, iban a lo que quedaba del valle y con nostalgia contemplaban a las montañas verdes reflejadas en el espejo de agua, pero comprendieron que aquello no era para ellos más que un nuevo paisaje y siguieron con sus vidas.
Una noche, cuando todo estaba en calma; en el silencio retumbó un clamor que hizo que la montaña temblara.
Al otro día, los empleados de la represa alertados por los pobladores, adelantaron la inspección periódica que hacían en el complejo.
No hallaron nada extraño, el muro de hormigón estaba intacto y las compuertas también, pero uno de los trabajadores que se encontraba en la calzada superior del embalse, alcanzó a divisar, colgadas de la escarpada ladera, aferradas a las rocas, como si estuvieran trepando, a cientos de estatuas de granito, bronce y mármol, que habían logrado escapar del fondo del lago.


Cuento elegido para ser publicado, junto a otros autores en la antología "Goce", de Editorial Dunken. (Buenos Aires ).
Además forma parte del libro, "Antología de realidades con pizcas de fantasía y viceversa". 


La foto que ilustra esta página, ha sido tomada por mí en el cementerio de La Recoleta de Buenos Aires, es del mausoleo de la familia de José C Paz.

Dejo algunas fotos del mismo cementerio que tomé hace ya algunos años, y luego un enlace para quienes quieran conocer más del mismo.

El cementerio de La Recoleta, no es el que inspiró este cuento.






http://www.recoleta.com.ar/lugar/cementerio-de-la-recoleta

https://www.infobae.com/sociedad/2016/11/19/fantasmas-mitos-y-leyendas-del-cementerio-de-la-recoleta/



Antología de realidades con pizcas de fantasía y viceversa, disponible en Amazon.
Diez cuentos y relatos cortos.
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Otros libros publicados.


El Pasajero, publicado en Amazon.
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Soy Silvina Sant escritora.

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