La antigua leyenda del Barón Normando. Fragmento del cuento: El Ángel del Mausoleo


La transcripción y traducción de esta leyenda, fue hecha por el Padre Ramallo, de la diócesis Católica, perteneciente a la localidad de Lobos, Provincia de Buenos Aires, en el año 1939.


“Sa teach seo, ní bheidh grá bás.” 

El nuevo Barón era uno de los invasores normandos que habían incursionado en el reino. A él el Rey Enrique de Inglaterra, le había otorgado un señorío en el Condado de Wicklaw, por lo que se apoderó del castillo desterrando a sus antiguos dueños. Nada deseaba más que poder, todo el poder que pudiese acumular, para lo cual había arreglado el matrimonio de su único vástago y heredero, nacido en aquellas tierras, con la hija de un caballero rival, a quien le habían otorgado otro importante señorío, de este modo pretendía asegurarse para él y su descendencia el dominio del sur de la isla, pero el muchacho era un joven impetuoso y rebelde, que  además se había enamorado de la hija de un aldeano siendo correspondido. El Señor cayó en la cuenta de que lo que él consideraba un capricho de juventud era mucho más serio que eso, invocó entonces a una de esas  brujas, mujeres impías que, gracias a poderes malignos tenían la capacidad de aconsejar a los nobles en momentos decisivos como batallas y alianzas y esta le predijo que si no aceptaba el gran amor que el muchacho sentía por la doncella, una maldición caería en toda su descendencia y su propio linaje derribaría el  castillo piedra por piedra y a las cenizas de sus moradores las esparciría en el viento. Por esta razón aceptó casar a su hijo con la joven aldeana, sin embargo al paso del tiempo, su ambición hizo que olvidara o mas bien descreyera de las palabras de la bruja, y visiblemente arrepentido intentó elucubrar un plan para acabar con el matrimonio, pero había mucho amor en los jóvenes cónyuges y no era fácil  romper ese sentimiento.. Claro que quien se lo propone encuentra y el Barón encontró la manera. Las cruzadas. Los reyes de Inglaterra y Francia participaban de la gesta y era una excelente ocasión para establecer poderosas alianzas y a su vez separar a la pareja, tal vez la distancia lograra enfriar ese sentimiento que se interponía con todos sus planes de dominio.
Y así partió el Joven Señor, con una misión que no sentía suya, pero que era su deber cumplir, pues aunque rebelde, él era un hombre de fe, La Tierra Santa estaba por encima de todo, incluido el amor que sentía por su hermosa dama. Cuando el amado partió la joven supo que estaba encinta, pero el Barón no toleraría que el heredero de su estirpe normanda fuese también el nieto de un pobre pescador irlandés y como nada se oponía a sus planes, cuando el niño nació  hizo creer a la madre que había muerto y lo entregó a un sirviente para que se deshiciera de él, el sirviente lo abandono en algún sitio, nunca se supo nada más, pues para mantener el secreto, el pobre infeliz encontró la muerte en manos de un sicario. Pero al Señor todo su poderío normando no le sirvió para comprar salud, cayó enfermo y después de gran agonía murió con el horror de ver que quedaba su casa en poder de su odiada nuera, pues todo aconteció con tal rapidez que no le dio tiempo a tomar medidas en contra de esto. Y así fue como la joven se convirtió en señora (hasta la vuelta del esposo). Y fue muy amada y respetada tanto por la gente del pueblo como por los señores invasores que se habían apropiado de los condados vecinos.
Pasaron largos años hasta que el nuevo Barón retornó por fin a su hogar, el infortunio quiso que llegara justo un instante después que su amada esposa expirara, la encontró aún tibia yaciendo en el lecho, rodeada de allegados y sirvientes que la habían asistido en sus momentos finales.
Enloquecido por el dolor, repudió a las cruzadas y a la razón de éstas que le habían arrebatado la vida y los años de felicidad. El odio se le enquistó en el corazón y se tornó oscuro. Había traído desde el lejano oriente del mundo, extraños conocimientos escritos en ennegrecidos rollos de pergamino. La leyenda dice que se enseñaba en esos escritos la manera de desafiar a la muerte, que es en sí mismo como desafiar a Dios y a sus designios.
Nadie sabe qué conjuros hizo bajo la negrura del cielo sin luna, ni a que fuerzas trajo para que despertaran a su mujer de la tumba. Mandó labrar en la entrada al castillo una inscripción y allí  se encerró, nunca se lo volvió a ver durante el día. Horrores sin nombre bajaron del castillo hasta la aldea, esparciendo la muerte. Primero fueron los animales y después empezaron a caer niños, mujeres y hombres. Una extraña enfermedad les drenaba la sangre. Por miedo a que el mal se expandiera, los aldeanos incineraron a los muertos, al principio creyeron que se trataba de una peste como las que de tanto en tanto diezmaban las poblaciones, pero no fueron pocos los que creyeron ver al Señor del castillo y a su difunta esposa, correr juntos por las noches, convertidos en demonios, cuyos ojos rojos fulguraban en la oscuridad. Moviéndose con rapidez no humana, trasladándose sin llegar a pisar el suelo, y con la sangre de sus victimas brotando de sus bocas sonrientes. Cuando estos relatos cundieron por la horrorizada aldea, fue el hijo de un pastor cuya familia había muerto, aparentemente asesinada por los monstruos, quien arengó a las gentes para tomar el castillo. El fuego terminó ennegreciendo los grandes muros socavándolos hasta sus cimientos, lo que quedaba en pie fue derribado por la turba, finalmente en una cripta que había permanecido intacta en los subsuelos, encontraron los féretros pétreos y en ellos como si descansaran en su sueño eterno, los cadáveres del Barón y su esposa, incorruptos, pálidos, fríos como el mármol y con hilos de sangre carmesí escapando de las apretadas comisuras, el horror se apoderó de esas personas y los prendieron fuego, dicen que antes de consumirse, los engendros demoníacos se levantaron de sus sarcófagos chillaron maldiciones y se retorcieron entre las llamas rojas, hasta convertirse en un polvo blanquecino que se esparció en el viento.
Sobre las ruinas del castillo erigieron una pequeña iglesia, la piedra con la inscripción fue usada como base del altar, y debajo de ella escondieron los pergaminos secretos que no se animaron a destruir, la bruja que habitaba aquellas tierras predijo que no era necesaria la destrucción, pues solamente los del linaje del Señor normando podían interpretarlos y por lo que se sabía en la aldea, el último Barón había muerto sin descendencia.






Había traído desde el lejano oriente del mundo, extraños conocimientos escritos en ennegrecidos rollos de pergamino

Nadie sabe qué conjuros hizo bajo la negrura del cielo sin luna, ni a que fuerzas trajo para que despertaran a su mujer de la tumba.

Horrores sin nombre bajaron del castillo hasta la aldea, esparciendo la muerte

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